Buenos días, buenas tardes, buenas noches… ¿Cómo están?
Queremos comenzar este tema, explicando que la Ley
de ESI en
su artículo 9
reconoce el derecho de las
familias a estar informadas
y a
participar en espacios de
formación e información
sobre los aspectos implicados en
la ESI, sobre la maduración y el crecimiento afectivo-sexual de los/as niños/as
y adolescentes, buscando con todo ello un vínculo más cercano entre escuelas y
familias.
También, queríamos dejar en claro, que según
esta ley, la escuela no debe pedir autorización a las familias para trabajar
desde la ESI, puesto que es un derecho de los niños, niñas y adolescentes que
no requiere autorizaciones, antes bien, nos obliga como docentes a
implementarla.
Es necesario
para la
escuela pensar su
vínculo con el
contexto, con la comunidad, problematizar cómo las familias
y las instituciones educativas han jugado y juegan un rol clave en la crianza
de los niños y niñas, en el acompañamiento conjunto de la trayectoria de los y las jóvenes, de la
construcción de ciudadanía que se
genera, como es vivido por
nuestros/as estudiantes, etc.
Pero no
estamos hablando aquí
sólo de la
relación familias-escuela. Queremos reflexionar también sobre los
“tipos” de familias en los que estamos pensando. Por ello primero queremos hacernos la siguiente pregunta:
¿De qué hablamos cuando hablamos de familia/s?
Hablar de familias, es hablar de diversidad pero también de
historia:
Las familias van cambiando así como se modifican las pautas
culturales e históricas de la
sociedad. Hoy, tendemos a “normalizarla”, o idealizarla según un modelo
de familia de papá, mamá y 2 hijos/as, que
parece o parecía ser el más “natural”, el “tipo” o “típico”. ¿Y si pensamos que
ese modelo un
invento relativamente reciente,
propio de la
organización socioeconómica
del siglo XX?
Los/las docentes también han ido construyendo un saber
pedagógico, en diferentes instancias:
Al realizar actividades
didácticas donde los
chicos y chicas
se ponen a
bucear en las historias
de la familia,
o cuando se
realizan proyectos pedagógicos
que vinculan a los/as
niños/as con los
“abuelos/as”, entre otras
actividades. Allí niños,
niñas y docentes descubrimos
que las familias,
hace muchos años,
y/o en otros
contextos, estaban
conformadas y organizadas
de otra manera.
La diversidad está
presente, aunque a veces
nos cuesta reconocerla,
nombrarla, valorarla y ubicar nuestra
propia experiencia de familia como una experiencia también diversa.
El problema no está en esta forma de
organización familiar sino cuando esta forma se
convierte en la única válida, en la medida para valorar otros tipos de
familias o para “admitir” o “tolerar” la diversidad, porque no queda otra. Y se
invisibilizan, por medio de ese “modelo”
, algunas asignaciones
de roles predeterminados –e inequitativos- para la mujer y para el
varón.
Cuando se
habla de familias,
frecuentemente aparece una
preocupación sobre su “degradación”, sobre “la pérdida de sus
valores”, o la idea de sentido común de que hay una “crisis” de la familia, en
lugar de cambios y transformaciones. Lo cierto es que las formas de
organización de las familias van cambiando, es un fenómeno histórico y
cultural.
Les proponemos leer
una definición de
familia que explica
Elizabeth Jelin, una antropóloga que investiga sobre la/s
familia/s y el Estado en nuestro país
“Es la institución social que
regula, canaliza y confiere significado social y cultural a estas dos
necesidades” (Jelin, 1998: 15).
Cuando habla de esas
necesidades se está
refiriendo a la sexualidad y a la procreación. En
cada sociedad, los grupos y
las comunidades fueron
construyendo modos de
ordenar esos dos aspectos de la
vida humana, y para ello aparecen distintos modelos organizativos, es decir,
distintos modos de
organizar las familias.
La definición de familia se completa con una dimensión no
menos importante: “ La Convivencia”, quiere decir que las familias constituyen un
ámbito para estar juntos de una manera determinada, para el cuidado mutuo, donde
se generan relaciones
cara a cara,
y se comparte
eso que se
llama intimidad.
La convivencia no
implica de por
sí compartir una
misma casa todos
los días. Una familia
puede considerarse como
tal y sus miembros no
convivir de modo estable en el mismo lugar, todo el
tiempo. Convivencia es tomado aquí como un grado específico de intimidad, de
cercanía, de “familiaridad” que la hace diferente a otro tipo de organización
social, porque genera
unos lazos afectivos
específicos, que son distintos de, por ejemplo, los que están
presentes en otro tipo de vínculo social como la amistad.
Cuando hablamos
de familia no nos estamos
refiriendo a un
vínculo necesariamente
biológico o legal.
Nos referimos a
vínculos de cuidado,
atención y afecto
en el que crecen
y se desarrollan
todas las personas
independientemente de la
orientación sexual o la identidad de género de sus integrantes.
Existen distintas
configuraciones familiares.
Cada familia es
particular y distinta
a su modo. Lo
importante es que
todas sean pensadas
como un espacio
de amor, contención y
aprendizaje para sus
miembros. Nuestra expectativa
es la de
formar familias democráticas sin autoritarismos ni violencia. Espacios
centrados en el cariño y el cuidado donde se privilegien el diálogo, los deseos
y la contención.
Consideramos que reconocer la diversidad de familias, por parte de las
escuelas, y de los/as docentes,
como profesionales de
la educación, es
un deber y
una tarea a construir,
fundamentado en que
las familias son una
configuración histórica.
Pero además
tenemos un deber ético:
reconocer que todas
las familias deben
ser consideradas como esos espacios y relaciones sociales donde se
regula, y se organiza la procreación, la sexualidad, la convivencia, es decir,
donde se produce y se comunica (o debería comunicarse) también el afecto, ese
afecto que le brinda la abuela al niño de 4 años recién llegado al Jardín, el
de los dos papás a su hijo recién adoptado que va al Nivel Primario; esa joven
que vive con sus tíos/as a los que ella en realidad llama papá y mamá.
Familias y escuela una relación a construir
Podemos pensar la
relación entre las
familias y las
escuelas desde dos
posibles analogías: un muro que no permite la comunicación, y un puente
que facilita el ida y vuelta:
Reflexionar y
corrernos de las
ideas fijas y
estereotipadas de pensar
a las familias también nos
ayuda a pensar
la relación entre
familias y escuelas
no como un
hecho “dado”. Se trata de una relación a construir, y
aunque no queremos
borrar la idea
de que pueda
haber tensiones y/o conflictos, nos
interesa remarcar que,
aún cuando los
haya, eso puede implicar
un proceso de aprendizaje
“institucional” para la escuela y para las familias, es decir,
para los chicos
y chicas, sus
familias y para
los y las
docentes.
Esta relación se construye cotidianamente, en
el encuentro real de personas adultas concretas, que tienen roles distintos
pero un mismo fin que es socializar,
educar, acompañar el
desarrollo de niños,
niñas y adolescentes,
y como siempre decimos,
garantizar sus derechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario